En el Programa de Salud Mental Barrial del Hospital Pirovano, sostenemos, que la tarea de cualquier vecino que desea abrir un taller, supone la coordinación y la animación del mismo.
En los Talleres de Ingreso al Programa, se dedica un amplio espacio a esta temática, ya que, su comprensión, es parte esencial de nuestra Filosofía.
Sin embargo, mi experiencia me dice que, a la hora de esclarecer la diferencia entre coordinar y animar, si bien la reflexión y el intercambio de ideas que, comúnmente, surge en los talleres de Ingreso y de Animadores es muy rica, no hay nada más práctico que visitar los talleres temáticos y ver cómo se concreta, en la acción del que conduce el taller, esta doble tarea. He aquí un ejemplo, que a mi entender, ilustra ampliamente esta diferencia:
Días pasados, escuché un relato acerca de una señora, que sintiéndose deprimida, había llegado a la reunión de Orientación de primera vez en busca de un taller para depresivos. La coordinadora, luego de escuchar atentamente, la invitó, a que en el transcurso de la reunión, pensara algún taller al cual asistir. La orientación continuó desarrollándose con otros integrantes que estaban presentes. Pero, unos minutos antes de que finalizara, la coordinadora se dirigió a la señora que se proclamaba deprimida, con el fin de enterarse cuál había sido el taller de su elección. La vecina, ya más entusiasmada, había elegido el Taller de los amigos. Paula, la coordinadora, al oír esto, se emocionó hasta las lágrimas, y mirando a la señora le dijo: ¡Gracias!
Este relato, me pareció una Perla más del Programa, como tantas otras que a diario sabemos recoger y darnos el lujo de atesorar en nuestro corazón. Camino a casa, me di cuenta que me había conmovido hasta el alma, y que, en realidad, con esa escena, comprendía más la diferencia entre coordinar y animar.
Pienso, que animar, es infundirle vida a algo. O sea, que nosotros, en el Programa, cuando animamos le infundimos vida a nuestro deseo. Y si éste consiste en convocar a otros en un taller, para compartir un saber, una pasión o un interés, estaremos animándolo, cada vez que nos encarnemos en él. Seremos realmente animadores, cada vez que podamos, en el taller, jugar con la parte nuestra y echarla al ruedo generosamente para que los otros se la apropien.
Animar un taller requiere de una entrega, en el que uno se hace parte de una escena, la protagoniza con otros y va armando el argumento. Supongo, que esto implica poner el alma, como tantas veces le escuché decir a un querido animador del Programa.
De no mediar este plus, en nuestra tarea de animadores, estaríamos simplemente, coordinando un taller. Es decir, que estaríamos disponiendo metódicamente ciertas cosas y concertando esfuerzos y medios para una acción común. Lo cual, es válido y eficaz en lo que hace al aspecto formal de un taller. Facilitar la comunicación de los integrantes, sostener la temática que los convoca, cuidar un orden; en fin, todas esas tareas inherentes a la coordinación.
Volviendo al relato del taller de orientación, creo que Paula, aparte de coordinarlo, y muy bien por cierto, también lo animó, por que al emocionarse y compartir su emoción con el grupo puso el alma, le infundió vida a su deseo, irradiando ese calor a todos los presentes.
Creo, que la fuerza generadora que sostiene esta Gran Red que es el Programa, se fortalece, cada vez que le infundimos vida a nuestro deseo, cada vez que ponemos el alma y nos encarnamos en un taller, cada vez que nos animamos.
María Emilia Holmberg
Coordinadora