Todo Es Común

Campelo solía recomendar un librito de Monseñor Carmelo Giaquinta, obispo de la Iglesia Católica, que se llamaba “Todo es común”.

Dicho libro enfatiza la cualidad comunitaria de la experiencia humana a partir de lo que decían los Padres de la Iglesia, quienes compartían el pan de la vida y descubrían los beneficios profundos de ese compartir.

Según Campelo, eran los Padres de la Iglesia uno de los principales inspiradores del Programa de Salud Mental Barrial del Hospital Pirovano.

Lejos de querer asustar a los “ateos militantes” (expresión de una posible futura miembro de la Corte Suprema) con esta asociación con los Padres de la Iglesia, la ética del compartir descripta en ese libro y aprovechada por Campelo para encontrar inspiración, referencia y acompañamiento, abre las puertas a integrar al PSMB dentro de líneas históricas y perspectivas filosóficas que marcan la existencia de una manera de ver la vida comunitaria, que trasciende las fronteras espacio-temporales de Coghlan y alrededores.

En nuestro Programa existen varios centenares de talleres. En general, el tiempo de duración de los mismos es de una hora y media por semana, si bien, ya sea por cierta indisciplina metodológica o por decisión ordenada, los hay que duran más o menos que ese tiempo promedio.

Durante ese tiempo, dentro de cada taller.... “todo es común”. Es decir: más allá del marco dentro del cual se elija vivir en ámbitos ajenos al Pirovano, en el horario y en la dimensión del programa vemos las situaciones humanas como comunitarias, compartidas, con un “tener que ver” con el otro obligatorio por parte de los protagonistas de ese tiempo y espacio en el que estamos reunidos.

En épocas pasadas, recuerdo que se utilizaba una forma sutil de agresión en los grupos (generalmente de terapia). Esa forma de agredir, que implicaba dejar en el exilio grupal a alguno de sus miembros, se resumía en la frase: “ese es tu problema” o, con énfasis cortante, “eso es tuyo ”, a la vez que se ponía la mano como escudo que limitaba terrenos y establecía un adentro y un afuera ciertamente cruel. “No me proyectes lo tuyo”, solía decirse.

En el Programa decimos “ese es nuestro problema”. Gozamos en la proyección recíproca como punto inicial para el enriquecimiento mutuo. Nos gusta “tener que ver” con el otro.

Recién después de tal afirmación, es decir, cuando entendemos que tenemos algo que ver con el otro y lo que trae al grupo, pasamos a ver cómo “administramos” esas proyecciones, cómo y para qué las usamos, cómo ordenamos todo eso para bien de todos.

“Cuando a uno le cuelgan algo, es que algo de percha tiene” me dijeron alguna vez. Seguro que algo de percha podemos reconocer en nosotros, y ciertamente nos beneficia encontrar algún punto de identidad común, algún eco en nosotros, respecto de lo que trae otro para “colgarnos”.

Si, por ejemplo, alguien ve en mí a un padre autoritario y se atemoriza, más allá que yo no sienta serlo, me ayuda buscar el punto de mí que propició e inspiró dicha proyección. Lejos de defenderme diciendo “eso es tuyo” (y sólo tuyo), siento curiosidad para ver qué tengo yo de autoritario (el “algo de percha” que me compete). Ese proceso, compartido con el grupo en general, es simultáneo al de la persona que siente el temor y deberá también hacerse cargo de lo que proyecta tanto como de su sentir. En confianza (eso es imprescindible), ese tipo de procesos es posible y sirve para ver que “todo es común” , que todos nos involucramos en los procesos y aprendemos de ellos. Más que defendernos de lo que el otro proyecta en nosotros, nos hace crecer ver eso de percha que nos hace proclives a dicha proyección. Y también, por otra parte, crecemos reconociendo lo que nos inhibe de un contacto más cercano con el otro, como suele ocurrir cuando dejamos en demasía que lo que imaginamos se interponga al contacto fresco con los compañeros de ruta.

Asimismo, es imposible que no exista un eco en cada miembro de un taller respecto de lo que un compañero trae a un grupo. Ese eco puede ser muy variado, pero siempre existe. Puede que sea hastío, alegría, aburrimiento, lejanía o rabia, siempre sentimos algo, nunca es nada porque, sabemos, la nada no existe. Ese “algo” es lo que se comparte dentro del territorio del “todo es común” y abre juego a la ayuda ínter subjetiva.

He visto situaciones de gran intensidad y crecimiento cuando un miembro de un taller recibe por parte de los compañeros un sentir, inclusive cuando esos sentimientos no son los esperados por parte de quien trae lo suyo. El eco de lo que nos pasa, reflejado en los compañeros, nos hace notar que estamos acompañados. Eso es salud, eso nos libera del creer que nuestra mente pequeña es el mundo, un mundo sin otros, desolado. Aunque duela a veces, el eco del otro nos despierta al “todo es común” que nos hace humanos.

A ese proceso lo llamamos “conciencia ampliada”: la capacidad de sumar a la vivencia individual la sabiduría que surge de lo compartido. El mirarnos con otros ojos, o con los ojos propios, estimulados por los de nuestros compañeros.

Ocurre también que los que gustan de manipular y actúan como sanguijuelas parasitarias del espíritu solidario suelen confundir el “todo es común” con el “tienen todos que sentir y opinar igual a mí y darme lo que yo quiero que me den para salir de este problema”.

Es interesante lo que permiten ver y aprender dichas sanguijuelas. Por ejemplo, la dificultad en discernir que lo que es “común” es la experiencia que se comparte. Eso no significa que haya una sola manera de vivir o percibir esa experiencia que nos traen, mal que a ellos les pese a la hora de querer usar a los otros como meros objetos de sus mezquindades...y todo en nombre de la solidaridad.

No siempre estamos obligados a ver al cónyuge de un compañero de grupo como monstruo porque éste lo ve así. No siempre debemos obligatoriamente sentir tristeza cuando viene alguien a contar desgracias de manera industrial, no siempre hay que darle un peso al que dice que es pobre o un departamento a quien dice no tener vivienda (bien lo sabe una compañera que debió acudir a un juez para reparar el malentendido). El “todo es común” pasa por otro lado, sin dudas.

El Programa está hecho para compartir más que para solucionar . Ofrecemos miradas, perspectivas que se comparten con el común, lo que no es poco.

La mesa de los talleres se llena de lo que en ella ponemos. Lo que en ella hay es “nuestro”. Compartir no es transformarse en uno sino ser muchos, pero en derredor de un igual espíritu, en derredor de un mismo valor. Acá en Pirovano ese valor es la ayuda mutua entre vecinos a través de la Conciencia Ampliada.

Miguel Espeche