Una vez me contaron que los persas, que son los mejores del mundo en la fabricación de alfombras, deliberadamente dejaban una puntada suelta en su perfecta obra. El fin de este gesto, inexplicable sólo en apariencia, era no dejarse llevar por la idea que eran perfectos, dejando para Dios y sólo para Él esta posibilidad.
Al comentarle este asunto a Ana Foos, compañera y coordinadora del taller De la Seducción como encantamiento(y eximia tapicista, además), me hizo llegar un texto de José Valente, que cuenta que: Entre los indios navajos, se dejaba siempre un hilo suelto en los tejidos, un hilo de la trama (la urdimbre es, a fin de cuentas, el hilo axial) para que el alma de la tejedora no quedara aprisionada y hubiera ésta de morir. (...) .
Como pareciera que la mente humana se maneja más con imágenes que con abstracciones (bah!, al menos la mía), la cosa me quedó dando vueltas. Gracias a esos relatos me empecé a dar cuenta de algunas cuestiones que rondan el Programa, las que quiero compartir, a modo de hilo suelto que, como tal, puede dar pie a que la trama continúe tejiéndose por inacabada, abierta siempre al horizonte, no cerrándose a él.
De hecho, una linda cosa en el Programa es poder mostrar la hilacha sin que pasen cosas tan negativas como lo hubiésemos imaginado previamente.
Nuestro Programa primero hace y luego revisa, para luego seguir haciendo y revisando en una continuidad riquísima y muy entretenida, que se transforma en un acontecer que tiene el ritmo del tejido. Los hilos que quedan sueltos de nuestro hacer sirven para ir tejiendo y tejiendo nuevas posibilidades de crecimiento en compañía.
Por fortuna, no solemos darle mucha bolilla a la imperiosa necesidad de tejer ideas (ideologías) a modo de alfombras perfectas en su trama; urdimbres cerradas en la cabecita de los que apuestan a reproducir el universo en esa pequeña cavidad del cuerpo. Esto me hace recordar a Chesterton, cuando decía: El poeta sólo pretende entrar su cabeza en el cielo. El lógico es el que pretende entrar el cielo en su cabeza. Y es su cabeza la que revienta. Es así que nuestra alma no queda aprisionada por ideas, sistemas, dogmáticas, formas que, perfectas en su enunciado, sin embargo se cierran al corazón de las circunstancias.
Sherezade contaba historias que, al nunca acabar, le permitían vivir otro día. Esto también lo refiere José Valente, el del texto que me dio Ana. Cada historia de las Mil y una Noches dejaba una hilacha suelta....para que el mañana exista. ¿Para qué entonces buscar la completud, la perfección ilusoria que es sólo propiedad de los dioses y de la muerte?
Si encuentras un buey perdido, vuélvelo a perder
En el Programa también nos contamos historias los unos a los otros, historias que nos dan el pie para estar juntos. Nuestra función es garantizar que los bueyes perdidos nunca sean encontrados del todo. Gozamos el hecho de que sean, éstos míticos bovinos, motivo para estar tejiendo una trama comunitaria llevada de la mano de las conversaciones infinitas. Es bárbaro eso de hablar de bueyes perdidos, y no miramos bien a quienes creen que sólo pueden hablar los que dicen haberlos encontrado, o los que nos critican por no ser eficientes en la procura.
Los talleres son encuentros con hilachas sueltas, con cuentos que nunca terminan, con bueyes que nunca se encuentran ni se quieren encontrar del todo (si encuentra un buey, vuélvelo a soltar, algo así como lo que decían los budistas: si encuentras a Buda, mátalo). Apuntamos a otra cosa. Para eficientismos tenemos bastante. Así nos va, comprando tantas fórmulas eficientespara suplir nuestra capacidad de compartir, por un satélite encontrador de bueyes al instante (¿qué hacemos después de encontrarlos?: pagar hasta el infinito la cuota del satélite....y aburrirnos).
¿Nunca les pasó de vérselas con alguien que habla tan bien, tiene tan claro todo, explica tan bien, que uno no sabe por dónde entrarle para poder compartir alguna cosa?, nunca dicen:más o menos, nunca dicen eso al menos creo yo, nunca titubean o dicen lo que sienten. Bueno, a ese tipo de situaciones me refiero. He sufrido esa situación...y he sido yo el completo insufrible del caso.
Hemos vivido, a veces, ese tipo de circunstancias con los académicos, o con los profesionales. Nos ha pasado cuando nos piden a gritos el marco teórico y no ven en sus narices lo que es un hacer vecinal de ayuda mutua que, a todas luces (con o sin marco teórico) da cuenta de una realidad anímica rica y poderosa de nuestra gente, de nosotros mismos, convocados para la Salud, en el amplio y generoso sentido de esa palabra.
Cuando se acerca una persona urgida a un taller y pide que inmediatamente lo ayudemos a encontrar sus bueyes..... le decimos que espere, que escuche, que comparta, que mire y descubra qué aprende en el camino de la búsqueda. Le pedimos que comparta sus hilachas, que se abra a la trama de sus compañeros de ruta, que teja con nosotros la red de prójimos que nos ofrece coraje y nos permite vivir, aún con dolor, miedo y confusión.
Por fortuna muchos aceptan. Y así ese enorme telar sigue su urdimbre de abrazos. Buscando y buscando, tejiendo y tejiendo, al final hicimos y seguimos haciendo una historia que vale la pena. Las hilos sueltos surgen por todos lados y nosotros seguimos, con paciencia, entre-teniéndonos, descubriendo cuán compatible es la posibilidad del abrazo que acompaña, con la libertad y el gozo de ser quienes somos, ni más ni menos.
Miguel Espeche