Si por algo se destaca a primera vista el Programa de Salud Mental Barrial es por la policromía de los títulos de sus talleres.
Desde sus orígenes, los primeros comentarios de quienes se enteraban de los talleres y tenían la oportunidad de ver el listado de los mismos, hicieron siempre referencia a la originalidad de los grupos, la que era vislumbrada a través de las palabras que usaban los animadores de los mismos para nominarlos y dar cuenta del eje temático convocante.
En el proceso de nombrar un taller ocurren muchas cosas. El bautismo de un grupo de nuestro programa se va dando desde el momento de su concepción. Dicha concepción se plasma en la reunión de animadores a la que pertenece el coordinador del caso.
En realidad, el deseo de taller marca un comienzo del mismo. A veces se da a través de una inquietud sin nombre aún, otras, ya el futuro coordinador ve con cierta claridad cuál es su deseo primero, y va tallando el mismo junto a sus compañeros de grupo de coordinadores, enriqueciendo las perspectivas, definiendo su deseo más y más, ahondando en el mismo al acompañarse por el espejo que le significan sus compañeros.
Vislumbrar el tema de un taller no significa aún tener un título para el mismo. En el proceso de encontrar ese nombre el animador debe encontrarse a sí mismo, mirando para adentro...y para afuera. El nombre es el punto de comunión entre esos universos que son, en realidad, uno solo, mirado desde diferentes perspectivas.
Solemos decir en el Programa que cuando uno mira para adentro en profundidad, termina encontrando al otro. En el fondo de nuestra alma está el prójimo, como parte de nosotros, como aspecto inherente a nuestra identidad.
Es que la identidad, será íntima, pero no es privada. Ese yo cerrado, que acaba por ser un callejón sin salida y que defendemos tantas veces como si realmente nuestra identidad estuviera guardada en él como una fortuna lo está en la caja fuerte de un banco, no es el yo en el que habita un nosotros .
Creo que era Whitman quien decía contengo multitudes. Nunca leí ese poema, pero la frase así, descontextuada, me gusta, más allá del problema que puede ser el tener, a veces, una reunión de consorcio dentro del mate.
De hecho, y más allá de aquello de la personalidad múltiple y esas zonzeras, el hecho que los otros sean partes de mi yo tanto como lo son las circunstancias, nos hace pertenecer a una realidad colectiva que nutre y fortalece nuestra identidad personal (mucho más lindo y correcto decir persona que individuo (*)).
Recuerdo esos textos de mi adolescencia en los que leía la desazón que generaba la falsa divergencia entre la identidad social y la individual. Una regia falacia. Aquella frase de Campelo que decía que el derecho de uno continúa en el derecho de los demás es iluminadora y abre a todo un paradigma de generosidad y común-unidad entre los humanos, si me permiten este comentario que, quizás, el maestro consideraría exagerado (aunque estaría chocho de oírlo).
Es en esa dimensión de unión entre el otro y yo que aparece el título del taller. Es algo que transparenta mil cosas eso de ponerle nombre al propio grupo o proyecto de grupo. Ir aclarando el título es ir aclarando el deseo, ir viendo qué queremos hacer...con el otro como compañero de ruta.
Claro, a veces es doloroso. Percibir que nuestro taller es un recinto cerrado puede ser algo penoso. La herida que se muestra a partir de esa pena suele ser la brecha que genera otro taller, el taller de verdad, ese en el que vemos lo que realmente nos habita, qué hacemos con lo que deseamos y cómo hacemos crecer el deseo de vivir en plenitud compartiendo con los vecinos (dudo que se pueda vivir en plenitud sin compartir).
Asimismo, están lo que llamamos títulos marketineros, que están hechos a la medida de un deseo cifrado en el marketing, es decir, el deseo de los consumidores de talleres.
En los hechos, esos talleres existen porque suele ser difícil ponerse en verdugo y señalar con dedo acusador ese tipo de actitud. Esos títulos suelen ser como el discurso de sus dueños: correcto, según el catecismo pirovanense, pero suelen encubrir otro tipo de deseo, en general, el de manejar una gran cantidad de personas.
En las reuniones de animadores es común que nos tomemos un tiempo para ser el taller de ese compañero, taller que está en plena gestación. Somos los primeros vecinos que damos nuestro sentir cuando nos dice los nombres que tiene en mente. Le decimos cómo nos suena, qué nos evoca o para qué nos convoca un título así. Nos ofrecemos mutuamente eso que llamamos la conciencia ampliada, es decir, multiplicamos las perspectivas, agrandando el yo de ese compañero que pone a circular su deseo para que lo reguemos y abonemos con nuestra mirada y parecer.
A veces el título de los talleres es correcto. Sólo correcto. Su música no afina con la cara del compañero que lo propone. Su pronunciación suena opaca o fuera de tono. A veces desde la lógica formal todos nos sentimos inhibidos de decir nada a quien dice, por ejemplo, quiero hacer un taller de tal técnica corporal. Todo bien, pero.....¿por qué no nos suena?, ¿por qué no nos entusiasma?.....siempre hay alguno que se anima y lo dice....y siempre hay alguno que dice: dejalo, es su derecho el querer hacer eso, lo que nadie pone en duda, por cierto.
Por suerte hay siempre quien no ofrece sólo un parecer correcto, sino que se ofrece como eco, que es diferente. Y en general, ese sentir, ese eco que incluye el sentimiento, la intuición, la onda, abre la conciencia acerca de qué es lo que realmente quiere ese coordinador que habla correctamente pero no mueve un pelo a nadie. Así en su grupo de animadores como en el eventual grupo que abra. Si no hay pasión en el grupo de animadores, no la habrá en el grupo propiamente dicho si éste es abierto.
El título no es poca cosa, como se ve. Afina o no, convoca o no convoca. Dice de nosotros, de nuestro deseo, de nuestra sintonía y entusiasmo o no entusiasmo por compartir.
El título es un puente y un espejo.
Miguel Espeche
(*) Recuerdo que Jaime Barylko dijo una vez que el indivi