La premisa básica es que la salud mental y la cultura, entendida ésta es su sentido más amplio, forman una identidad inseparable.
Los valores de una comunidad, sus usos y costumbres, sus espacios de referencia en el orden mítico, ético, artístico, arquitectónico, etc., son parte de una trama de identidad (una trama cultural) sin la cual la salud mental de las personas que componen dicha comunidad es impensable.
Las palabras cultura y salud, palabras hermanas, han tomado, sin embargo, rumbos distintos, lo que posiblemente las haya debilitado en cuanto a la riqueza y generosidad de su significado esencial.
Por un lado, es recurrente que se homologue la palabra salud al campo de la lucha contra la enfermedad, propio de la esfera médico-asistencial. ¡Salud, según este uso difundido del término, es la no enfermedad, y, en lo concerniente a lo mental, es percibida como un estado del ser anímico que es tratado por los profesionales del arte de curar: médicos, psicólogos, etc.
Sin embargo, el diccionario refiere, entre otros, el significado siguiente acerca del término salud: Estado en que el ser orgánico ejerce normalmente todas sus funciones. //Libertad o bien público o particular de cada uno. // estado de gracia espiritual. // salvación del alma. etc.
El concepto, como se ve, apunta, también a esferas que existen en un orden que trasciende cualquier determinismo ligado a mecanismos psicofísicos, por lo que se inserta en el mismo corazón del Hombre.
Esa dimensión, que es la esencia de la vida misma y su permanente creación, es también propia de la cultura. Sin identidad cultural no hay sujeto, no hay responsabilidad sobre el propio destino, ni hay salud, por cuanto todo el proceso de maduración humano se da a través de los signos, símbolos, usos y costumbres identificatorios, generados y sostenidos a través de la experiencia cultural-comunitaria. Sin responsabilidad y sin adueñamiento de dichos valores culturales, se produce la alienación, la despersonalización, el vacío del ser que, jornada a jornada, es queja en consultorios de psicoterapia y en reuniones diversas dedicadas al estudio de la salud mental. Asimismo, la misma queja es recurrente por parte de aquellos ocupados en valores de identidad cultural, los que, de diluirse en un falso cosmopolitismo, ponen en serio peligro el destino de cualquier comunidad que pretenda desplegarse como tal.
El re-conocimiento como sujetos, dueños de un destino común al de nuestros prójimos, es lo que la psicología y la psiquiatría, así como los grupos de ayuda mutua que trabajan en el terreno de la salud mental, tratan de fomentar a través de su praxis, con el fin de sanar ese vacío de ser, esa soledad de referentes que la gran urbe propicia en su forma anónima ( a-culturada o trans-culturada) de generar vínculos.
No puede haber genuinos re-conocimientos sin el espejo del ser que es la cultura.
Es a través de ésta que se generan y se perciben los valores de identidad que forjan una comunidad genuina, una comunidad que, para ser tal, debe constituirse en algo más que un rejunte de individuos mecanizados en su cotidianeidad, convocados por meros valores de mercado, valores economicistas o eficientistas en términos de producción de bienes materiales. Los rasgos de identidad que se re-conocen a través de la dimensión cultural son esenciales y, como tales deben ser percibidos y jerarquizados.
La importancia de la cultura viva, que late y así crea la singularidad de un pueblo - y, por lo tanto, de las personas que lo constituyen -, merece despertar de ciertas rigideces en cuanto a su significado que, en forma lamentable pero extendida, merman su riqueza al homologar única y exclusivamente a la actividad artística (arquitectónica, literaria, etc.), generando una comprensión parcial del término. Se separa así a la palabra cultura de la trama viva dentro de la cual nace.
Es el diccionario de la lengua el que ayuda a recordar que la cultura es esencial, no un valor suntuario de cualquier sociedad. Dice que cultura es: Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos, grado de desarrollo artístico, industrial, en una época o grupo social, etc./// complejo de conocimientos, creencias y cualquier otra aptitud o hábito que el hombre adquiere como miembro de una sociedad. Para Kroeber, las formas de comportamiento que se transmiten simbólica e institucionalmente, plasmadas en modelos y normas, y que constituyen el patrimonio singularizador de los grupos humanos.
Para generar cultura la gente debe reunirse. Lo mismo debe hacer para generar salud. Ambas palabras, entendidas en forma viva, apuntan a la generación ( la creación, propiamente dicha) de un bien, no ya a la adquisición y tráfico de algo que está más allá de la experiencia singular del sujeto.
Sin protagonía es impensable la cultura y es imposible la salud, sobre todo la salud mental. La responsabilidad que la protagonía implica es un valor digno de promoción para salvaguardar la identidad, esa identidad de creación permanente que es la vida misma; a diferencia de la identidad rígida y alienada de sus raíces, que es la que fomenta la deshumanización de un mundo hecho lejos de la escala esencial de los habitantes que los constituyen.
Miguel Espeche