Confianza

En algún momento del verano dije en un taller que nunca había extrañado tanto a Campelo, nuestro fundador, como en estos días de dolor para nuestro pueblo.

En los años que pasé junto a él en el Programa vivimos miles de circunstancias, pero nunca un terremoto como éste. En ese principio de enero (tan lejano parece hoy) decía en dicho taller que extrañaba una palabra del maestro, un señalamiento que me dijera algo acerca de la actitud a tomar, acerca de cómo percibir la salud en medio de la angustia general de la clase media a la que pertenece la mayoría de los concurrentes al PSMB.

Estaba asustado, sentía que todo era nuevo, que no había parámetro previo para comprender las cosas y guiar las acciones dentro de nuestro programa, mientras el día a día era implacable con sus noticias y, sobre todo, sus tremendas pruebas de la crueldad en la que incurren los que se han dejado el alma olvidada en algún rincón y tratan de compensar esa pérdida con un vampirismo económico que deja un tendal a su paso.

De a poco ese sentir se fue aplacando, me refiero a lo de extrañar a un padre que me venga a decir qué hacer, cómo actuar y de qué manera afrontar las situaciones de la vida que nos sacuden y duelen. Hice un taller: Salud Y Potencia Ciudadana: Nuestro ánimo y la crisis argentina , compartí con los animadores y los usuarios del Programa, conversé mucho con mucha gente, poniendo lo propio sobre la mesa y escuchando a los otros...

De añorar un maestro pasé a percibir otra economía, otro tipo de intercambio de riquezas, otra realidad siempre presente y que, de hecho, es sostén de la realidad monetaria y financiera: la economía de las palabras y los actos cargados de un espíritu solidario, de un deseo de compartir, de hacer juntos y de generar confianza, eso que las monedas pierden cuando aparecen perdidosas frente a otras que se imponen en el mundo de las pulseadas.

No son tiempos de sueños de grandiosidad, pero sí de grandeza. La grandeza de los vecinos que se miran a los ojos y construyen, esos que, como decía no se qué poeta, plantan el árbol aunque sepan que el mundo se derrumbará mañana. Y resulta que al final lo que se derrumba no es el mundo, sino una imagen del mundo....lo que son las cosas.

No se qué pasará, no se qué es perdurable y qué no dentro de esta situación que nos abruma de urgencias y, sobre todo, de miedos que pretenden extorsionarnos para que declinemos la libertad. Por suerte, siempre decimos que este es un programa ético, y los valores que nos fundan como emprendimiento comunitario no se ligan a las formas (“el que busca la vida encuentra la forma, el que busca la forma encuentra la muerte”). Eso ofrece un ancla inexpugnable en medio de tanta vorágine.

Campelo confió en nosotros y no se vendió a sí mismo como el fundamento. El fundamento es el valor solidario al que él convocó. En eso estuvo su grandeza, su coraje y su humildad generosa.

Supo ser padre.

Se lo extraña, sobre todo cuando viene el julepe y viene el tropiezo de la confianza en las propias capacidades y recursos. Por suerte, cuando me olvido de eso - de las capacidades y recursos -, no solo están las palabras de Carlos (algo así como “no te me pongas melancólico Miguel”) sino que sobre todo están los compañeros que de mil maneras recuerdan de qué se trata todo esto: Se trata de hacer una red de confianzas desplegadas y compartidas, que son el fundamento del coraje de hacer una vida íntegra aunque vengan degollando. Es la Ayuda Mutua fundada en un valor, no en una forma determinada.

Las formas “traicionan”, los valores no. Los valores son energía, y eso lo sentimos al final de cada taller, cuando tras haber dicho cada uno de su dolor, su tormento o lo que sea que lo habita, la sensación es potente, tanto que a veces nos parece raro sentir así frente a lo que pasa en el país. Pero es real, las ilusiones son otras, no estas.

El Programa es un refugio de Realidad, porque ésta indica que no somos nada sin la confianza que nos da el compartir en función de un sueño para todos valioso. Venga lo que venga, pase lo que pase, el Programa estará aquí o allá, vivo en el corazón de todos los que sienten que el prójimo nos enriquece ampliando nuestra conciencia. Recordemos esto y las crisis serán eso, crisis, pero no serán el terreno en el que perdamos la confianza en nuestras potencias, en nuestros valores y, sobre todo, en nuestros cachitos de utopía, esos que aparecen a cada rato en los talleres y nos despiertan hasta de la más feroz de las pesadillas.

Miguel Espeche