Se acaba de realizar la Jornada Crítica número ocho de nuestro Programa.
Está fresco aún el clima del encuentro, que es de lo más estimulante ya que, además del contenido en sí de la jornada y sus invitados, es una oportunidad de contacto entre los animadores, una forma tradicional que tenemos de cifrar ceremonialmente aquello de la red, que trasciende a los talleres en sí mismos.
Fue una linda jornada. Cristina Falcón de nuevo "cocinó" la cosa en su taller previo, de manera tal que los invitados ofrecieran lo mejor de sí, yendo al punto y teniendo en cuenta prolijamente la consigna del encuentro.
Hubo críticas profundas y muy interesantes, que llegaron inclusive, y tal como ocurrió el año pasado, a nuestro nombre, que es, para algún invitado, demasiado asociado a lo psicopatológico.
Hubo quienes nos criticaron porque no somos otra cosa que lo que somos, pero otros nos criticaron por no ser plenamente lo que somos. Algunas críticas apuntaron a lo que hacemos, otras a lo que deberíamos hacer.
Algunos hablaron con afecto, otros -los menos- con frialdad o sospecha (por ejemplo, eso de describir un mecanismo operativo del programa y enunciar que dicho mecanismo puede eventualmente usarse mal...¡chocolate por la noticia!).
Surgió el tema de los que vienen por primera vez y deben vérselas con la ruptura de sus expectativas. ¿Debemos intentar satisfacer esas expectativas?, ¿es lo mismo pretender satisfacer las expectativas de alguien (por ejemplo, que nos desea asistencialistas) que simplemente tenerlas en cuenta, para hacer un puente entre ellas y nuestro deseo de recibir a los nuevos vecinos de manera hospitalaria?, ¿somos crueles con las expectativas de los que vienen con la idea de "demandar"?, ¿son crueles los "nuevos" al intentar someternos a sus expectativas, por más legítimas que éstas sean como tales?.
Si bien creo que nunca alguien con real deseo de estar en el Programa ha quedado de lado, siempre es bueno saber que estamos en autocrítica permanente, como si fuéramos todos "nuevos" a toda hora, no veteranos que estamos haciendo pagar derecho de piso a los que recién ingresan.
En un balance provisional de la Jornada, digo que lo que a mí más me ayudó en lo inmediato es a precisar qué es una crítica.
Confieso que es algo medio dramático eso de abrirse a recibir críticas, no ya por lo que duele que digan de uno algo que no conforma al propio ego, sino porque muchas veces se cuelan maldades o estupideces y, en lo personal, en el afán de ser amplio, he comido cosas que no debiera haber comido, creyendo que era crítica lo que, de hecho, era otra cosa bien diferente.
No podemos criticar al gato por no ser perro, no podemos pedirle peras al olmo, no podemos criticar a un chico porque no es grande o a un arquero porque no está en el área contraria. La crítica, así como la entiendo, mira y toma contacto con lo que critica, no tanto con el ideal al cual desea que lo criticado se someta. Podemos decir del perro que no honra su "perrez", podemos decir que el olmo no da la sombra que está en su esencia dar, a un chico podemos decirle que no juega como tal y eso no nos gusta, o a un arquero podemos rezongarle porque se durmió en el ataque de los contrarios.
Ese tipo de abordaje, a mi gusto, es otra cosa y legitima lo que es criticar.
Si alguien critica a otro por lo que no es, lo mata a ese otro, ya que no habla de él sino de un ideal, un imperativo, o vaya a saber qué.
Si alguien lo critica al otro por lo que podría eventualmente hacer "mal" con lo que es y tiene, lo que hace es sospechar, no criticar. Por ejemplo, un coordinador con conciencia de su poder podría transformarse en déspota.
Bueno, es verdad...¿debemos eliminar la autoridad entonces, o fortalecerla para que nadie se vea esclavizado por su propio ego?
Puntualmente aparecen ahora ante mi memoria algunos de los testimonios. Por ejemplo, quiero señalar las interesantes y policromáticas críticas de los estudiantes de la U.B.A., quienes hicieron un notable aporte como grupo (individualmente estos aportes fueron variables). Me sigue impactando cómo les cuesta (dije "cuesta", no que les sea imposible) a los universitarios entender la inteligencia y dinámica de la acción humana nutrida con un sentido. Me da la impresión que les cuesta ir más allá de la descripción de mecanismos (lo más probable es que este señalamiento además de hablar de los muchachos y muchachas de la UBA, hable de mi "pelea" con el universitario que alguna vez fui).
Vienen los estudiantes, a mi gusto, demasiado imbuidos de aquella idea de que toda represión es negativa (y eso que Freud dijo que era constituyente del Aparato Psíquico), algo que, en términos de ordenar un hogar, una facultad, un programa vecinal o lo que sea, es absolutamente infantil. Una cosa es reprimir (un "no" a algo para un "sí" a otro algo) y otra suprimir, ¿no es cierto?. Una vez garantizados los derechos a ser y a expresar sentimientos en un grupo, la idea es ver cómo esas identidades y sentimientos se transforman en acción comunitaria, es decir, cómo conciliar esos derechos como para que no queden en un marasmo de inacción, impotente de tanto individualismo. Todos tienen derechos, sin dudas, lo interesante no es descubrir eso, sino ver cómo se organizan esos derechos en función de un deseo que surja como resultante comunitaria. Más allá y más acá de estos señalamientos (que son, reitero, apuntes de lo que creo iremos charlando en talleres y reuniones), me impactó de nuevo la seriedad de la cátedra, la generosidad y coraje de los miembros de la misma y la generosidad y amplitud creciente con la que creo que nos observan. En ese sentido, sus aportes, afectuosos inclusive, me hacen pensar en cuánto influye la confianza en la intencionalidad del otro como para dejarlo entrar en el propio fuero interno con una crítica. Me di cuenta cuánto más me dejaba habitar por un comentario crítico si sentía que era respetada la experiencia del Programa como tal. ¿Seré demasiado cariñoso o éste es un fenómeno humano extendido, digno de alguna reflexión en el área de la Ciencias Humanas?
Si bien, como digo arriba, todos los testimonios merecen el trabajo reflexivo dentro de los talleres o, inclusive, algún taller especial para su tratamiento, quiero hacer también un comentario particular sobre Liliana Hendel, la periodista que vino a la jornada y, a mi gusto, se mostró a corazón abierto. La verdad es que me emocionó su exposición, su mano extendida como signo de lo que es el Programa. Es grato tener a una buena vecina que puede multiplicar mediáticamente la ética de la potencia ciudadana.
El "cachito de utopía" sigue vivo (algo de eso dijo el amigo "Lolo"). A esta altura ya sabemos que la utopía no es un modelo, sino lo que nos hace sentir vivos como personas, con los otros, con nuestros sueños y hasta con nuestras metidas de pata y mezquindades. Es una ética, no la perfección de una forma. La Jornada Crítica ayudó para que recordáramos esa cualidad de nuestra experiencia vecinal.
Miguel Espeche