Le cuesta mucho a la gente, y mucho más les cuesta a los profesionales de la enfermedad mental, entender que nuestro Programa Salud Mental Barrial es un programa de Ética, y no de clínica psicoterapéutica.
¿Cómo habría de ser un programa de clínica psicoterapéutica, si se dirige a la población sana del barrio, y la salud no se cura?
La palabra sana tiene sus bemoles. Pero si esa palabra existe en castellano, algo debe nombrar. Nosotros, los hegelianos de Coghlan, hemos decidido agregar a ese algo que la palabra sano nombra, a todos los que pretendan ser sanos, y aun a los enfermos, si pretendieran salud. Porque la enfermedad no impide la salud , más bien la supone. Para enfermar, es necesario algo de salud sobre lo cual como accidente, la enfermedad recala, se hace un lugar. Porque el lugar único posible de la enfermedad es la salud, y sin ella, la enfermedad no encuentra sus condiciones de posibilidad.
Pero al entender que la salud, y por ende la salud mental, es el estado de plenitud de las potencias del sujeto en acto, es el cumplimiento del máximo de su libertad, hemos de entender que ese sujeto es más fuerte - y así cuida de la enfermedad, que quiere decir debilidad, de in firmus, no firme -, halla más condiciones de libertad en ser con otros, que en arreglarse solo y por sus propios medios. Este ser con otros, que muchas veces es nombrado como una exigencia ética, es en realidad una genealogía del sujeto humano. El ser humano es el resultado de la combinación de dos deseos, por lo menos, además del propio y de la perseveración de por lo menos uno de ellos, en el plano biológico.
En los restantes aspectos del ser humano, su ser es el resultado de largas y expensas cadenas de conversaciones dentro de las cuales, el ser humano se constituye en persona, sujeto, en un polo desde el cual es posible, también para él ahora, la construcción de sentido.
La tradición cartesiana había llegado a imaginarse al sujeto humano surgiendo de un relato que él mismo teje. No podía ser de otra manera para esta corriente cultural que dio a imaginar un Robinson, y que propuso como metáfora del orden común el famoso contrato social de Rousseau, un orden social que supone la preexistencia de sujetos pre sociales que, en ejercicio de una voluntad libre, pactan un contrato, y ese es el origen - mítico - de la sociedad. Criaturas de Dios, cuánta ingenuidad! Y después nos reímos de las prácticas animistas de algunos primitivos!, como si los russonianos que aun pueblan toda nuestra escuela - desde la primaria a la universidad - no lo fueran.
Nosotros preferimos imaginar que el sujeto se hace en el seno conversaciones. Aclaro que conversaciones son todo conjunto simultáneo e interactivo de discursos, dentro de los cuales, el sujeto halla para sí materiales que ha de incorporar a su constitución, y que presentara luego como su identidad.
Todo nuestro programa de salud mental es la creación y multiplicación de oportunidades de conversación de la gente, conversaciones en que la gente pueda contribuir al crecimiento y al desarrollo de su sujeto humano.
Esos conversatorios que son los grupos de nuestro programa - y no todos dedicados a las conversaciones verbales - son las oportunidades que el barrio se da para confrontar eso que Freud llamó la novela familiar del neurótico , de la que el neurótico está preso. En la trama múltiple de conversaciones encadenadas que es nuestro programa, el vecino, y no sólo el neurótico, tiene la oportunidad de llevar a ventilar a la plaza su novela familiar, y de enterarse que hay otras formas de hacer relatos que la propia, y algunas más felices. Probado que haya los distintos manjares de la retórica emocional en uso en el barrio, y entre sus pares, es de responsabilidad cual ha de ser la narración que prefiera, y a la que dedique sus actos. Incluso puede volver a elegir la propia novela familiar, porque para nosotros, la novela familiar del neurótico no sólo cárcel es, también es fuente de identidad y oferta de destino.
Leí una vez en un libro sobre cultura popular que Eduardo Romano proponía reconocer como dos ejes constitutivos de dos proyectos culturales distintos a la pulpería y el libro. Para la corriente cultural que se llamó civilización , el tótem de la cultura es el libro. Para la corriente cultural que suele ser apelada como barbarie , - que es otra corriente de la cultura, y no su negación como han afirmado durante décadas los demócratas civilizatorios - el lugar de la sacralización de la pulpería, el espacio en el que el encuentro de los hombres da una conversación o varias, todas las cuales quedan registradas en esa dimensión espiritual de los interlocutores y escuchas, y no en archivos estáticos llamados libros. Como las palabras de Jesús, o del Buda, o los dichos de los sofistas, o los de Sócrates que - muy a pesar de Platón, inventor de la publicitada Academia - fue sofista y no filósofo. (En su misma voluntad de no escribir se advierte su cercanía a los sofistas, que prefirieron el etéreo registro de la conversación, para dejar la herencia a sus hijos y a los hijos de sus hijos la idea de que lo importante es conversar, en plazas y calles, en ferias y templos, y no lo que se haya conversado sirve para asentarlo en libros. Sirve para decir Platón dijo, y negar que cada uno de nosotros es dueño y señor de un decir, y que ese decir es nuestra alma. Para Platón, y para todos sus admiradores occidentales, sólo los filósofos deben gobernar, ergo sólo ellos pueden pensar, y para ellos Platón ha creado la Academia. Lo mismo piensan quienes hoy hacen de la salud una incumbencia profesional exclusiva de ciertos sectores, jamás del hombre sano - que niegan que exista - en prosecución de la defensa de sus espurios y mezquinos intereses de sector.
Nosotros ofrecemos desde Coghlan un banquete - como aquel de Babbette - de conversaciones. Una bacanal en el que cada vecino encuentra con quienes unirse a desarrollar a su mejor modo de ser, que es el que él mismo elija, more sanmartiniano.
Es impresionante la cantidad de voces sarmientinas que desde las huestes profesionales de arraigada tradición vienen a reprocharnos eso de que propongamos a la gente que sus identidades han de ser definidas por sus propios deseos - que no son eventuales caprichos -, y no por modas, televisores, mandatos paternos, imperativos teóricos y otras intoxicaciones.
La constitución de tramas conversacionales como espacios legítimos - y re-creativos - de gestación y alimentación de los sujetos del barrio, eso es lo que somos. Una gran pulpería, que tiende a ocupar toda la superficie del barrio. A nuestra salud! , hic!
Carlos Campelo